La primera vez que vi una obra de Carlos Villabón se trataba de una pieza perteneciente a un procedimiento estilístico pictórico y figurativo que él denomina Curvismo. La sola mención de esta manera de presentar la imagen parece remitirnos a otros términos aceptados en el gran arte como el Cubismo, que era una forma de hacer la representación de lo que subyace a lo visible, empleando planos facetados y figuras geométricas; o la pulverización de la imagen en el caso de la técnica del Puntillismo relacionada con los Impresionistas.
¿Curvismo y Cubismo no suenan parecido? Semejan un juego de palabras que encierra otros juegos, irónicos y paródicos del gran arte occidental y cuyas referencias constantes empiezan a pasar por el tamiz de la industria publicitaria. Villabón explica que el Curvismo presenta la imagen seccionada en áreas de colores intensos, de distintos tamaños y delimitadas por trazos curvos abiertos o cerrados y de colores oscuros. Veo estas obras y pienso en aquellos cuadros para pintar por números, imágenes de grandes obras maestras impresas en el lienzo con líneas que separan los distintos segmentos de color identificados por números y en los que cada número representa un color con el que debe ser rellenado ese espacio.
Así como Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift, parodian a la Inglaterra del siglo XVI o El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes ironiza la literatura de caballerías, Villabón satiriza con los temas del Gran Arte y los proyecta por vía paródica en los temas y juicios de valor de nuestra era moderna. Los pintores saben bien que a veces para ver un cuadro en su conjunto deben tomar distancia del lienzo, verlo de lejos, para apreciarlo mejor y descubrir dónde falta o sobra lo que diferencia a un objeto de arte de un guijarro. En este sentido toda parodia es una forma de alejamiento por la vía de la aproximación. Lo que se parodia se admira y porque se admira se hace descender al plano de nuestra propia existencia.